domingo, 17 de octubre de 2010

Sobre la lucidesa

Si teniu un moment , perdeu deu minuts del vostre temps  per llegir   fragments de l´assaig que  va fer Adolfo Aristarain  sobre la lucidesa. Bona part d´aquestes idees les va  escenificar a la seva pel.lícula “ Lugares Comunes”. Alguna cosa hauria de tenir  perque és de les poques  que s´han quedat dipositades per sempre en el meu interior i que mai em  canso de recomanar. El texte és simplement  genial. Pot semblar  pedant si us dic que m´hi sento plenament identificat però així és la dolorosa, trista i puta veritat.Ja li vaig dir un dia al meu pare.. el que m´has donat és una  autèntica putada...


“.....El despertar de la Lucidez puede no suceder nunca, pero si llega, no hay modo de evitarlo. La conciencia alerta lleva  al conocimiento profundo del absurdo, del sinsentido de la vida, de la inutilidad de la lucha.  Todo esto vive aletargado por las rutinas cotidianas hasta que algo golpea, sacude y provoca la reflexión en voz alta y la amargura o la angustia aparecen, se manifiestan. Pero para que esto sirva hay que estar ahí en el momento justo para verla y tener además el coraje de aceptarla y romper conductas, de lo contrario todo parecerá seguir igual que ayer y que siempre: otra vez a vivir, aunque cueste, y a tratar de que no se note. Guardar la lucidez en un cajón de la mesa de luz para que no joda.
El Lúcido Adulto tiene una percepción de los hechos y un razonamiento tan veloz que hacen que se le revelen simultáneamente los motivos o las causas que han generado esos hechos.
Tiene conciencia clara e inmediata de los motores de la gente, de la mentira, de la hipocresía, de la verdad.
Su visión es total: es global y detallista al mismo tiempo.
No conoce la sorpresa. Como todo lo ve, puede percibir los mecanismos ocultos, desnudar los disfraces y ver detrás de las máscaras que usa casi toda la gente. No conoce el deslumbramiento que causa lo inesperado.
Siente cierto placer en comprobar que los hechos sucedan de acuerdo con lo que él ha sido capaz de prever, en que todo suceda de acuerdo a lo que su intuición le insinuó.
La lucidez le da la capacidad de conocer a la gente a primera vista. Casi sin cruzar palabra, la radiografía está hecha y es clara, perfecta y rara vez falla.
Ésta es una cualidad involuntaria, incontrolable, instintiva, intuitiva y no analítica
Así como cualquiera distingue el rojo del verde, el lúcido sabe si quien tiene enfrente es listo, tonto, fatuo, sensible, inteligente, genial o imbécil.
Este nivel de percepción (sensibilidad e inteligencia), recluye al lúcido, inevitablemente, en un mundo propio, solitario y aislado.
El lúcido necesita descansar, detener por unos momentos el funcionamiento de su lucidez. El refugio suele ser el arte.
El lúcido vive acosado por el riesgo de saber demasiado y por la soledad resultante de sus cualidades.
El Lúcido no puede engañarse a sí mismo, no puede anular la actividad constante de su percepción.

La lucidez no viene sola, viene acompañada por una fuerza vital, por una especie de motor que transforma esa conciencia, esa angustia, en energía. Esa energía, ese impulso, genera a su vez alegría, una sensación de orgullo por saberse capaz de vivir sin mentirse aunque duela.

Es el vivo ejemplo de que la palabra puede ser un arma letal.
Está instalado con elegancia y naturalidad en la cuerda floja, ejercitando sin descanso la lucidez más brutal.
Destroza hipocresías sin aviso previo, como un perfecto salvaje.

Tiene un humor ácido, irreverente, pero humor al fin.
Tiene una gran capacidad de ternura, pero muy oculta, férreamente protegida, porque la sabe desmesurada al liberarla.

El lúcido, cuando pierde la paciencia, no soporta al imbécil que tiene enfrente y dice lo que piensa con tranquilidad y desparpajo, actitud estética que acentúa la brutalidad de los conceptos enunciados.
No lo hace por crueldad o por maldad. Simplemente desprecia la piedad y se niega a participar del juego de la simulación.
Tampoco siente el orgullo de ser el único capaz de haber descubierto la verdad.  Está convencido de que la gente, íntimamente, frente al espejo, a solas, sabe lo que es.
La travesura del lúcido es quitarles las máscaras sin pedir permiso.

El lúcido no ataca al que usa mascara por debilidad o timidez o simplemente pánico o por ser un escéptico automarginado que oculta su condición para evitar preguntas. Como considera que no intentan joder a nadie sino que sólo tratan de protegerse de la vida o de sí mismos (del conocimiento profundo que pueden llegar a tener sobre sí mismos), el lúcido los perdona, los ayuda y los respeta.

El lúcido está obligado a insertarse en la sociedad para subsistir, aunque su soledad sea irremediable, pero se crea enemigos que no le darán trabajo y alertarán a otros “enmascarados” para que no se acerquen al lúcido porque es peligroso.

La lucidez es conocimiento y lleva en sí misma la condición que la condena a ser aceptada por unos pocos: la angustia.

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