Las corrientes subterráneas
Charles nunca
había hurgado entre sus bragas. Tanto encaje en ese cajón le provocaba urticaria. Siempre había
preferido la calidez del algodón, recordar
ese blanco perfumado con olor a casa, esas pretensiones que nunca se cumplieron, esa
frontera de la corrección que sólo cruzaron cuando se conocieron.
Incluso se
habían prohibido el alcohol aludiendo a un sinfín de motivos, todos ellos muy plausibles, todos
ellos muy sanos. Pero siempre hay una frase que nos dirige como una
corriente subterránea: El desfase es
debilidad, y la debilidad estaba prohibida.
Céline había salido a comprar el desayuno.
Sus hijos habían desaparecido en fiestas varias, demasiado bien organizadas para ser
divertidas. Sus amigos, aconsejados maliciosamente por el consejo de ancianos , les habían proporcionado alojamiento para evitar
las carreteras borrachas en las
noches de verbena. Charles recordó con rubor
los consejos que le daba su padre
cada vez que salía: ¡ Hijo mío, fóllate a todo lo que ande!
Su esposa tardaría en llegar. El pueblo quedaba a
cinco quilómetros de curvas y a
media hora del interrogatorio inquisitorial de la Sra Madelaine, la
pastelera. ¿ Qué tal por la ciudad? ¿
Cómo están tus padres? Me acuerdo mucho de ellos. Dales recuerdos.
Céline
había asumido como propio el castigo de
Madelaine. Fue ella quien convenció a
Charles para comprar la parte de
sus hermanos una vez
sus padres les anunciaron que
necesitaban vender la casa de la montaña para atender los
gastos de la residencia. Querían
morirse estando juntos, y eso salía muy caro.
Charles se preguntaba qué esperaba encontrar en el
cajón más íntimo de Céline. Un condón
menos de los que tenía mentalmente contados,
una nota enigmática y sospechosa… Ni él mismo lo sabía. Sólo deseaba ferozmente que fuera algo terrible pero a
la vez desolador.
Aunque él
sabía que era un trámite rutinario ,
abrió la caja del consolador y comprobó
que continuaba perfectamente precintado. Su esposa lo había comprado en una reunión de chicas que
había organizado Margaritte bajo
el pretexto de ayudar a una
conocida suyo a la que
su marido había arruinado.
Pero la
realidad es siempre mucho más
cínica. Bajo el pseudónimo de “amigas” se escondía una jauría de insatisfechas emocionales que se
distraían compitiendo entre ellas, retándose,
investigándose recíprocamente los
flancos más débiles en caso de ataque preventivo, organizando sus defensas, analizando estrategias para
sobrevivir dentro de su infinita y
subterránea tristeza.
A Charles se le
acababa el tiempo y no encontró
ninguna evidencia, ni siquiera un leve rastro de la traición de Céline. Sólo deseaba convertirse
en una víctima para legitimar su ira y poder destruirlo todo. Sólo necesitaba que
su esposa le demostrase de alguna forma
que lo quería, pero tanto orgullo le impedía pedírselo.
i per si no la coneixieu la versió de la immortal Chavela
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