Se sintió poderoso. Las palabras de S. Zweig no le proporcionaron argumentos, tampoco ninguna frase lapidaria que sirviera de eslogan para su orgullo. El gran escritor austriaco , sin ningún propósito de trascender, lo había sentado en el umbral de esa lucidez que lleva a los hombres a ser irónicos con su propia muerte.
La Bolsa , elegantemente opaca, que le colgaba de la barriga presumía de tener un punto de vista congruente con el concepto universal de mierda. Aunque la escondamos, siempre acaba por salir.
Se sonrió, mordaz y cínico, apelando a la épica de los valientes. Desprovisto de cualquier atractivo físico, retó a un sinfín de damiselas imaginarias. Las defino a todas más allá de esa inteligencia a la defensiva que ha castrado a nuestra época, abandonándola en frases recurrentes, predecibles e insultantemente correctas.
Se las imaginó a todas infinitamente bellas, no en las formas si no en su sabor, ligeramente pícaro, moralmente bien amueblado y sobretodo, excepcionalmente amable.
Se desnudaban lentamente, cediendo todo el protagonismo al tempo de las miradas, solicitándome únicamente la recompensa de mis ojos ordenando una rendición inapelable.
Quisiera pensar que esa maravillosa sumisión a la ternura no era ni utópica ni gratuita. Que como contrapartida les podía ofrecer la complicidad de mis sentidos imponiéndoles la obligación de unirse a los suyos, que no fueran lobos solitarios y competitivos, que supieran compartir la soledad y el silencio , haciendo que la dignidad se convierta en una hermosa bendición.
Desnudarse despacio sintiendo únicamente la mirada de unos ojos ardientes rindiéndose a tus encantos sin necesidad de competir. Soñar con las estrellas,
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