Repetía cincuenta veces la palabra "adiós" antes de colgar definitivamente a su madre. Cada vez más rapido y con un volumen disminuyendo progresivamente , su despedida matutina se parecía a aquellas canciones añejas que se desvanecían lentamente , dejando rastros de una distancia ficticia.
Dejaba caer el móvil en el profundo pozo anárquico de su bolso y alzaba la frente, recolocando ceremonialmente su melena recién duchada que se rizaba espontáneamente, dejando entrever una belleza que pretendía ser ajena a las normas.
Se enfadó cuando vio que un par de turistas le habían quitado su mesa. Creyó injusto maldecirlos mientras hojeaban su "Lonely Planet" al suave ritmo de un té con tostadas y mantequilla. No pudo evitar desearles una jornada repleta de lluvia.
Julia pidió la oferta de cruasán y cortado. Dejó encima de la barra los tres euros y giró su muñeca para comprobar que le quedaban diez minutos para entrar a trabajar. Aunque el camarero insistió en llevarle el desayuno a la mesa, ella prefirió que, como mínimo , le dejasen el derecho de escoger donde sentarse, en una mañana que había empezado de una forma nefasta, con sus padres a un paso de divorciarse, con tres días de retraso en el ingreso de su nómina, y desubicada en sus costumbres.
Entre ella y su cortado se colaron, en el más estricto de los secretos, tres minutos de bajón, a solas con la verdad.
Recompuso su rictus y volvió a ser terrenal. Estructuró mentalmente su agenda y se deshizo de sus debilidades .
Antes de levantarse volvió a dirigir la mirada hacia los dos turistas que habían cerrado la guía con varias pestañas de colores. Recogían sus pertenencias mientras apresuraban los últimos sorbos del té, presumiblemente frío.
No se habían percatado de que esa mesa era la única distinta a todas las otras, con un mármol viejo y blanquecino, garabateado de pecas negras, y con los pies de un hierro robusto y majestuoso que sujetaba el mármol caracoleándose sobre si mismo , como los rizos de su cabello, recién duchados.
La habían dejado en un rincón discreto, cerca del impoluto cristal desde donde se podía ver pasar la vida de cada día. Encima de esa mesa nadie había tomado ninguna decisión que cambiase nada
Pero Julia recordó una conversación sencilla en la que por primera vez se sintió a gusto yendo desarmada, en la que deseó saltarse todas las prohibiciones y ponerse en manos de alguien que no fuera ella misma.
¿Qué era eso que sentíó? ¿Fue libertad?. No importaba. Sólo intuyó que era un lujo que en su manada no podía permitirse.
Veure passar la vida des de la meva finestra, inmersa en el silenci i la soledat. Sentir que ningú podra cambiar les teves decisions.
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