XXXIII
La noche ya está aquí. No tiene hambre. La persiana del badulaque de Amir se estrella contra el suelo y del comedor desaparece el reflejo de luz blanca de la tienda. Pensaba que no cerraría nunca.
Se acerca al balcón y en la penumbra espía a su vecino. Sospecha que esos horarios infringen algún tipo de ley y que, quizás un día , envíe una denuncia anónima a inspección de trabajo para que lo sancione sin compasión. Deberían estar siempre por debajo de ella, a su servicial vasallaje , sin derecho a prosperar más allá de una vida reducida a dormir , comer y trabajar. Lo justo e imprescindible para que no se quieran marchar a otro país. Que siempre tenga el privilegio, más que merecido, de una baguette a las diez de la noche.
Amir la descubre en su maquiavélica conspiración y la saluda , siempre con una sonrisa. No es tonto y sabe que es lo que ha de hacer. Nadie debe ni siquiera sospechar que es plenamente consciente de que no le quieren , pero que le necesitan.
Se cabrea por la mala suerte de haber nacido en un país igual de injusto que este. Donde las oportunidades se decapitan por el mismo miedo de perder ese supuesto derecho natural que se han inventado para legitimar su despotismo y crueldad.
Algunos lo llaman patria, otros lo llaman orden social contra la delincuencia Los más cobardes se desmarcan llamándole fascismo. Todo es mucho más simple. Desde el inicio de los tiempos, cualquier tipo de prosperidad necesita esclavos.
Amir llegará a su casa, que ella se imagina como un cuchitril compartido y cochambroso, con olor de suciedad al curry. Dejará que lo sirvan y nadie discutirá sus decisiones. Como buen machista , no necesitará explicaciones a su silencio y se irá a dormir.
Ella compadece tímidamente a su mujer. Pero en realidad le agradece su sumisión y conformismo, la imposibilidad de cualquier revuelta.
Besará a sus hijos y éstos lo abrazarán sin preguntarse los motivos. Tendrá miedo de cómo les irá la vida pero no se lo dirá. Recibirá el cariño y se lo guardará como gasolina para creer en un milagro que probablemente nunca suceda
Sé un corazón bueno