domingo, 28 de septiembre de 2014

El cuento de las simples cosas_Chavela Vargas

El cuento de las simples cosas.

Algún día aprenderé a caminar despacio. Pero cuando digo despacio no digo lento. La palabra lentitud le añade un matiz de torpeza que quiero evitar a toda costa.

A un torpe se le juzga y se le condena a la burla, a la compasión , al inaguantable sentido de la superioridad de los necios.

Que vaya por delante mi respeto a los torpes. Al menos, ellos siempre lo intentan.

Nunca como ahora se había idolatrado tanto a los cobardes, a los cobardes del silencio, a los que no es que les vaya bien todo , si no que no tienen la suficiente valentía para decir lo que realmente piensan. Y si uno no dice lo que piensa, luego se le olvida, y sin ideas y sin historia, no somos absolutamente nada.-

Pasar inadvertido, callar y obedecer no es cómodo. Es una maldición escondida.

En nuestros días, se dice inteligente a quien, perteneciendo por vocación al gran todo, sabe sacarle provecho para si mismo. Y ese provecho sabe adornarlo adecuadamente con frases, con teorías afectadas y retro-alimentadas de convicción y grandilocuencia.

El respeto a la ley sin cuestionarse si la ley es justa o no... La solidaridad entendida únicamente de arriba a abajo, la limosna populista de la vanidad.

No hay nada más idiota que creer que tenemos un derecho natural, y sobretodo indiscutible, a estar donde estamos, a ser quienes somos, sin respeto, sin auto-crítica, sin agradecimientos...

Mi ir despacio es un simple deseo de conciencia, saber lo que hago, rebelarme contra lo que me empuja, evitar lucimientos estériles, sentir para después decidir, y luego disfrutarlo.

Chavela, estoy cansado de ser un teórico del placer. Lo supe cuando me llamaste torpe inepto...

Dejé de decir que te conocía para conocerte. Dejé de decir que amaba tu música para amarla.

Desde entonces mi despacio no va nada mal. He de aprender más, sin duda.

He empezado por sus besos . Desde que vislumbro su ingenua intención  cuando cierra los ojos, cuando  su timidez pone morritos en la comisura, cuando se acerca  a ciegas y en caída libre ,ajena a  cualquier sentido del fracaso, cuando la siento posarse en mi alma, cuando el silencio declama: tranquilo amor, que yo estoy  aquí 







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