El último bolero
Está usted deliciosa de rosa, Madame. Deje que me acerque a su cuello, y desde
ahí, partiré hacia arriba en sigilo , humilde en un peregrinaje de pequeños
besos hasta llegar a su oído, dejar
caer toda mi ternura en su
precioso abismo, y confiarle mis secretos.
Y usted me dejará porque sabe que
mi respeto es el único pasaporte que me
puede llevar hacia su libertad, hacia esas caricias que no necesitan
mercaderes, hacia esos “doy” que no quieren ningún “dame”.
Pero mi cuerpo está demasiado
atropellado para erigirse en el comandante
de ninguna lujuría. Está más cerca del desengaño y de la compasión. Por favor
, sea discreta y que no me dé cuenta
cuando se decepcione.
Entre medio mezquino y medio bufón me consolaré
escribiéndole besos desde el
tímido anonimato de nuestra
conversación.
Le diré que mis versos jamás la dejarán llorar, que quiero verlos
trabajar hasta arrancarle esa media sonrisa que la hizo siempre irresistible,
que ojalá mis sueños hagan crecer los
suyos, aunque ninguno de ellos lleve mi nombre.
Y a lo mejor usted
sonreirá, y con la
mayor de las benevolencias ,
cuando se desnude ante mi se dará cuenta que la verdad es que siempre estoy muy asustado.
Yo cerraré los ojos y en
cada roce le daré las gracias , y
suplicaré no irme antes que Usted , Madame, mi dulce y exquisita Madame, la única que se mueve mejor que el mar.
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